miércoles, 3 de diciembre de 2008

Delegar, delegar, delegar...

Llevo un rato pensando que el primer jefe que existió fue aquel que supo delegar él primero sus tareas a otra persona.
Y es que a veces las cadenas de mando son tan largas como absurdas.
Sin ir más lejos hoy he hablado con una persona a la que le han dicho que debe hacer unos informes de venta para su jefe que a su vez a éste se los ha pedido su jefe nacional que a su vez se los ha pedido su director general que a su vez se los había pedido en primera instancia su presidente.
Queda claro pues que el trabajo de un manguito es inversamente proporcional a la cantidad de personas que deseen delegar por encima de él e indecorosamente abismal a la diferencia de salario recibida por realizar el trabajo.
Si cuatro personas por encima de él cobran en dobles proporciones a cada escala de la cadena, ¿no sería más inteligente reducir la cadena de parásitos de la escala al mínimo exponente para que la rentabilidad fuera superior?
Está claro señores, señoras, uno trabaja y varios leen las noticias tranquilamente en su despacho. ¿Acaso ya nadie sabe dirigir una empresa como dios manda?

¡Virgencita virgencita, que me quede como estoy!

MONOTONÍA

Pero cada mañana es distinta. Te levantas, con sueño. Te vistes, coges las cuatro cosas de siempre y sales. Pones el piloto automático a bordo del coche y te dejas llevar por el subconsciente. Más circulación, o menos. Da igual. Siempre es lo mismo. O no. Llegas a la puerta del cubículo de las 9 horas y suspiras un ¡ya estoy aquí! ¿qué nos deparará el día de hoy? No es por no ir pero, si he de elegir entre ser monótono o ser imaginativo, me paso al bando de Ende, así al menos mi mente no se colapsará del infinito vacío. De esa absoluta "nada" que se consigue por trabajar sin saber. Por aprender sin deber. Mejor ver, oír y callar. Pero sobretodo mirar. Que lo único diferente cada día es el amanecer, que no es poco.